Lo siniestro de las instituciones es el “no-hogar” o “lo que debiera haber permanecido oculto y ha salido a la luz”.
Lo ominoso de cualquier organización institucional es una experiencia particular de angustia, que no proviene de algo enteramente nuevo o extraño, sino de lo familiar que se ha vuelto ajeno, deformado, perturbador. Hay algo conocido que retorna, pero lo hace desde lo reprimido. Por eso lo ominoso tiene una estructura de lo familiar-desconocido: lo que el sujeto creyó haber dejado atrás —infancias, deseos, fantasías arcaicas, pulsiones— reaparece disfrazado, y causa extrañeza, inquietud, horror, autodestrucción.
Entre los malestares institucionales aparecen:
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La figura del doble, que originalmente era un garante de inmortalidad pero deviene amenaza.
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La repetición ineludible (el encuentro reiterado con lo mismo).
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La duda sobre si algo es animado o inanimado (fantasías del imaginario social que parecen vivos, autómatas).
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La confusión entre realidad y fantasía.
Desde el punto de vista clínico, lo ominoso de las instituciones puede entenderse como una manifestación del retorno de lo reprimido, donde lo que fue escindido del Yo retorna en una forma inquietante, provocando displacer y desorientación. Esto no es simplemente lo desconocido, sino lo demasiado conocido, demasiado íntimo, que aparece bajo una máscara, por ejemplo, el jefe del trabajo como figura de los Padres.